En los últimos años se observan cada vez más casos de comportamiento violento por parte de los hijos hacia los padres, llegándose a plantear la existencia de un tipo de niño llamado "dictador" cuya conducta se caracteriza por la imposición continua de su voluntad, empleo del chantaje emocional e incluso de la violencia.
Este comportamiento comienza a detectarse a partir de los seis o siete años, aunque puede retrasarse hasta los 10. Se aprecia especialmente en núcleos inestables o con relación padres-hijo no adecuada. Suele tratarse de hijos únicos y con pocos hermanos, o que por diferencia de edad se han quedado solos en casa.
No es lo mismo un niño consentido que un niño "tirano". Todo niño o niña tiende a ser egocéntrico y caprichoso, pero los padres saben poner límites a sus exigencias. El niño se convierte en dictador cuando obtiene respuesta a todas sus peticiones, con lo que adquiere una actitud manipuladora, distante y de desprecio. Es un tipo de educación que no pone límites al egocentrismo del niño, olvidando valores tan importantes en la educación como el sacrificio o la renuncia, con lo que se consigue algo imprescindible en la vida psicológica del individuo como es la tolerancia a la frustración.
Otro factor importante es la lejanía educativa de los padres, ya sea por trabajo, etc., la soledad y la falta de comunicación hacen que el niño se apoye en la pandilla o modelos que ve en televisión, que normalmente deterioran el concepto de autoridad, y abogan por una actitud rebelde y "sin límites". Por último, se da demasiada importancia al consumismo, así como a obtener un poder adquisitivo alto, el goce de una imagen de éxito ante los demás. Esto puede desembocar en una actitud déspota.
Un comportamiento de esta naturaleza pasa factura sobre todo al propio niño, ya que genera una dinámica peligrosa en su maduración como persona. Además de por la falta de autoridad, porque el egocentrismo y la ausencia de autocontrol provocan muchas veces el enfrentamiento con el entorno.
Ante esta situación no debemos huir del problema, debemos evitar que el niño perciba debilidad en la firmeza de los padres. Hemos de intentar una aproximación sin dejarse avasallar, poniendo límites a las exigencias del menor sin buscar enfrentamiento violento.
La figura de un mediador, pariente o amigo, puede facilitar la solución, aprovechando su proximidad al niño, puede reinstaurar en él el concepto de autoridad y acercarlo afectivamente a sus padres.
Por último, promover en él aficiones que sirvan como vía de escape y desahogo como el deporte, o que lo hagan más abierto al mundo puede ser muy positivo.
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